Concept: FEMICIDE

Si se piensa en la lista de las cosas que una mujer ha de hacer para que no le pase nada, quizá se esperaría ver: no viajes sola, nada de ir a sitios lejanos y menos al tercer mundo, y si lo haces que todo esté controlado: no te quedes sola en un camping, reserva un sitio para dormir, no se te ocurra irte a casa de un desconocido ni hacer autostop. Pero no se esperaría leer: no salgas a dar un paseo por el campo, nada de hacer ejercicio al aire libre, no cruces un puente, no cojas el ascensor, no bajes la basura. En definitiva, si eres mujer, no entres ni salgas de tu casa.

La primera vez que un hombre me asalta sexualmente es en el portal de la casa de mis padres. Yo tengo quince años. Mi gran aventura es bajar la basura. Si esto me pasa aquí que no va a pasar fuera. Si esto me pasa sin salir de casa que me pase lo que me tenga que pasar fuera. Lo que me ocurre no tiene nada que ver conmigo y por ello no hay razón para modificar mi inclinación natural: lanzarme a la vida.

Es una guerra de sexos pero no solo; también lo es de clases. Ser mujer y pobre supone más oportunidades para sufrir violencia. La latitud en el riesgo y el inconformismo también suma puntos. En la discusión sobre los los elementos (género, clase, riesgo) que intervienen en la violencia contra la mujer, se suele eliminar la clase, el elemento económico. En general, el que agrede lo hace porque puede. Busca sexo no poder, pero tener poder: influencia, medios o control sobre una persona facilita que la agresión se dé. Ricos y famosos agreden porque, a menudo, se pueden salir con la suya. En lugares de encuentro de diferentes clases (universidades, trabajo, camping, etc…) se agrede al que se tiene cerca sin que el estatus social sea determinante, salvo por sentirse, si este es alto, con más derecho a hacerlo. Entre desconocidos, las victimas con pocos recursos están más expuestas y los hombres verdugo están ahí para aprovecharse de la oportunidad.

Como ejercicio con esta perspectiva de clase en mente releo el artículo del 19 de diciembre de 2018, Una Caperucita en cada generación. Los 30 años de historia reciente de crímenes sexuales contra las mujeres fijan el relato sobre qué temer y cómo evitar el peligro[1]. Leo también los enlaces que Noemí López Trujillo ha incluido de cada persona y observo lo siguiente: Miriam García, Toñi Gómez y Desirée Hernández, “las niñas de Alcàsser”, 1992, hacen autostop para ir a la discoteca de un pueblo cercano. Rocío Wanninkhof sale de noche para ir a la feria de Mijas y Sonia Carabantes, 2003, también sale de noche. Parece que el asesino de ambas las recoge en la carretera. Marta del Castillo, 2009, sale con su novio/agresor, que es “un chaval de barrio sin apenas instrucción académica”. Diana Quer, 2016, “desapareció cuando estaba de fiesta en su pueblo de veraneo”. Chicas sin coche para ir de fiesta, pero van. Parece que desde el 1992 hasta 2016 no hay transporte público para ir al pueblo de al lado. ¿Por qué? Las mujeres no pueden salir de fiesta ni andar por el campo. Laura Luelmo, 2018 es una profesora que acaba de alquilar una casita en un pueblo y “desaparece al ir a correr como hacía habitualmente”. Hay vigilantes forestales contra incendios. Pues habrá que poner vigilantes urbanos y rurales contra violaciones.

 

Ninguna de las mencionadas en el artículo anterior son de entornos acomodados. Son chicas normales, y/o mujeres trabajadoras. No incidir en el elemento económico al hablar de la violencia de género es dar por sentado que sobre la violación no se puede hacer nada. Como si que te violen y te maten fuera una lotería. Unas veces lo es y otras no. Hay malas yerbas y nuestra tierra es hostil. Este vacío, el de la vulnerabilidad de la clase en la violencia de género no se ha abordado de manera frontal. Los asaltos sexuales en fiestas, carreteras y descampados tienen que ver, en parte, con la falta de independencia en la movilidad y las violaciones o asesinatos en lugares al aire libre con la falta de vigilancia. No se trata de que las mujeres renuncien a su libertad y se queden en casa, se trata de que la seguridad personal se contemple en los diferentes códigos. Hasta ahora estamos en una sociedad negligente y por tanto cómplice con el agresor.

 

Son tan necesarias las campañas de concienciación como crear espacios seguros. Si la sociedad tiene un rechazo real contra la violencia machista y la agresión sexual ha de tomar medidas concretas para evitarlas en lugar de manejar vaguedades: ¿Por qué no hay autobús de línea para ir a la discoteca o a las fiestas de otros pueblos? ¿Por qué no hay casetas de la EMT en los finales de las líneas de los autobuses nocturnos en Madrid? ¿Por qué no hay un reglamento básico sobre la seguridad en los portales? ¿Por qué los parques no son seguros? Una posible respuesta es que esas medidas no afectan a la población con alto poder económico.

 

La definición del otro en términos económicos facilita su concepción como una propiedad que en términos sexuales implica ser un objeto de placer. El machismo está unido a la ideología del capital: uno es lo que tiene. Cualquier aproximación sincera contra la violencia machista debe desarticular el sistema en el que esta se integra; eludir los canales en los que la misma prospera.

[1]           https://elpais.com/sociedad/2018/12/19/actualidad/1545249171_349697.html